El 1 de noviembre es un día donde las almas que partieron en su inocencia regresan a recordarnos la pureza y la luz que alguna vez nos acompañó. Es un momento para honrar no solo a los niños que se adelantaron, sino también la esencia de la vida en su forma más genuina, esa chispa que todos llevamos dentro.

Que este día nos inspire a recordar que el alma nunca muere; trasciende, se eleva y, en ocasiones, regresa para envolvernos en un abrazo invisible de amor eterno.
Cada flor de cempasúchil que hoy florece, cada vela encendida, es un símbolo de esa conexión sagrada con quienes nos sonríen desde el otro lado del velo.

En el silencio de la noche, escucha la risa suave de los angelitos, y siente cómo sus sueños puros continúan iluminando nuestras vidas. En cada memoria que guardas con amor, en cada lágrima que se convierte en sonrisa, reviven las lecciones de vida más profundas: la gratitud por cada momento compartido y la certeza de que nunca estamos realmente separados de aquellos que amamos.